Теперь вы можете выполнять задания прямо на сайте в режиме on-line. Для выполнения теста кликните на кнопку
TEST on-line
над соответсвующим заданием. Тест можно пройти 3 раза: после первого выполнения вы увидите, сколько ошибок допустили, после второго — вам покажут в каких вопросах ошибки, после третьего выполнения — вы узнаете правильные ответы.
Queridos amigos:
Desde ahora podéis hacer los tests on-line en nuestra página web. Para empezar el test haced clik en el botón
TEST on-line
encima de la tarea. Podéis hacerlo 3 veces: al final de la primera prueba verás cuantos errores cometisteis. Al repetirlo veréis dónde cometisteis el error y a la tercera ronda — la variante correcta.
Уважаемые пользователи сайта!
Если вы приобрели второе издание учебника для начинающих «Открываем горизонты» без CD-диска, вы можете скачать его бесплатно, пройдя по ссылке (ZIP файл).
На этой странице вы найдете дополнительные текстовые, аудио и видео материалы по теме "Телефон". Мы предлагаем вам прочитать тексты и комиксы, послушать радиопрограммы и посмотреть видеофрагменты, содержащие лексику этого урока, и выполнить предлагаемые задания.
Tareas: I. Contesta a las preguntas: 1. ¿Se da cuenta la operadora de que es una broma? 2. ¿Por quién toma ella a su abonado? 3. ¿Por qué no da rienda suelta a sus emociones? 4. ¿Cómo hace su papel el joven? 5. ¿Qué se necesita para que una broma telefónica sea un éxito?
II.Di tu opinión sobre las bromas, ¿son necesarias?
Tareas: I. Explica qué función desempeñan los siguientes elementos: 1. placa base 2 . máquina montadora 3.circuito 4 .microchips 5. mapa fotográfico 6. cámara en blanco y negro 7. escudos de metal 8. torre de transmisión 9. torre receptora 10. célula 11. número único
II. Di en qué contexto se mencionan los siguientes números: 1. 500.000 2. 30 3. 80.000 4. 350
III .Contesta: 1. ¿Cómo se diferencian los móviles de la última generación de los primeros y por qué? 2. ¿Qué otros usos tendrá el móvil en el futuro? 3. ¿Qué significa el móvil para ti? ¿Cómo te sientes sin él? 4. ¿Qué argumentos a favor o en contra del uso del móvil puedes aducir?
Frente a la parada hay un anuncio de la Telefónica que dice: «Alguien espera tu llamada.» Félix Ouixal lo mira. Normalmente no se habría fijado, pero hoy el autobús tarda demasiado y le da tiempo para leerlo varias veces. Puede que sea cierto, piensa, que alguien espere su llamada. Pero, ¿quién? Desde que tiene teléfono recuerda haberlo utilizado muy pocas veces. Lo pidió porque su madre estaba enferma, pero dos meses después, cuando vinieron a instalarlo, la mujer ya estaba muerta y enterrada. Entonces, Félix pensó que le sería útil para conocer el estado de las carreteras, o encargar una pizza los días en que le diera pereza cocinar. No tardó en cansarse de los puertos de alta montaña y del uso obligatorio de cadenas, y comprobó que las pizas, cuando se encargan por teléfono, llegan frías o secas. Ha podido sentarse cerca de la ventana. A su lado, un hombre calvo lee el periódico. Félix dobla el billete. Decide que cuando llegue a casa consultará la agenda para ver a quién puede llamar. De buenas a primeras, no piensa en nadie. Lleva demasiado tiempo sin salir. No es socio de ningún club, no canta en ninguna coral y con la gente del trabajo prefiere mantener una prudente distancia que le libere de las excursiones y de las cenas que organizan constantemente. Antes pescaba. Hacía vida social en la orilla del río, pero tuvo que dejarlo a medida que el reuma le envenenaba definitivamente los huesos. Baja del autobús. El hombre calvo le observa como si le conociera. Félix no le aguanta la mirada. Arroja el billete y camina hasta su casa sin volverse. Saluda al portero y recoge la correspondencia: tres recibos bancarios y un anuncio de estanterías. Abre la puerta. Cuelga el abrigo. Enciende la tele. Deja el sombrero sobre el sofá. Bosteza. Saca hielo de la nevera. Coge un vaso largo y vacía la botella de limonada. Se sienta. Encima de la mesita está la agenda. Es una libreta negra, de tapas duras. Lee los apellidos que comienzan con la letra A. No cree que ninguno de ellos espere su llamada. Como máximo, podría ser que se alegraran de oírle. Vuelve la página. Cada nuevo nombre le desanima. De algunos de ellos, no recuerda ni el aspecto. No se inquieta por el hecho de haberlos olvidado sino por la posibilidad de que los otros, a su vez, tampoco le recuerden cuando tropiecen con su nombre en la agenda. Guarda la libreta. —Mañana la quemaré —dice en voz alta. Para hablar con alguien, lo único que ha de hacer es recurrir a la guía telefónica. Abrirla por cualquier página y marcar el primer número que encuentre. Es una de las ventajas de vivir en la ciudad: poder llamar a alguien, a medianoche, sin conocerle, sólo porque se apellida Mussons, Perotes, Rabadán, Gis-pert o Pedragosa, y después colgar, anónimamente. Más de una vez ha pensado en despertar a toda una calle. Para que a la mañana siguiente, cuando se encontraran en la escalera o en la cola de la panadería, cada vecino sospechara del otro, o comentaran indignados la broma de mal gusto. Si hasta ahora no lo ha hecho, ha sido por pereza, pero hoy la idea le atrae enormemente. Podría comenzar por una calle pequeña e ir subiendo de categoría hasta despertar a toda la ciudad. Se echa. Sabe que le saldría caro, pero se ha pasado la vida ahorrando sin saber por qué, y ésta podría ser la oportunidad de reventárselo todo. Sonríe. La perversidad se le extiende por el cerebro como un incendio forestal. Cuando todo el mundo hubiera recibido su llamada, cambiaría de ciudad, de país, molestaría vidas nórdicas y nevadas, tropezaría con contestadores automáticos orientales y dejaría, mensajes obscenos que nadie entendería. Sería fantástico, piensa, que por casualidad llamara a la casa real de un país africano, y provocara el pánico entre mayordomos y policías, que verían en esa llamada el indicio de un posible atentado. Se levanta. Pasea por el comedor, calculando que en tres años podría haber llamado a toda Europa. Entra en la cocina. Pone agua a hervir y saca del armario un paquete de espaguetis. Dos cucharadas de sal y un chorro de aceite. Prepara la salsa de tomate y fríe carne picada. Mientras pone la mesa, piensa por qué calle podría empezar. Teniendo en cuenta que llega a casa a las ocho, si le dedicara cinco horas, a cuarenta llamadas por hora serían doscientas diarias; es decir, seis mil mensuales. Echa los espaguetis en el colador y se quema mientras los revuelve. Blasfema. Ha de comer con la mano izquierda porque la otra le escuece como si se hubiera herido. Se felicita por la salsa. Deja el plato sucio en el fregadero, coge una manzana de la nevera y vuelve al comedor. Hojeando la guía, opta por organizarse alfabéticamente. Es más sencillo. Las primeras calles corresponden a los abades y las abadesas. Hace dos llamadas pero no contesta nadie. En la tercera, comunican. A la cuarta, le contesta una voz de niña diciendo: «¿Siiiüí?» Félix cuelga. Baja el volumen de la tele. Marca los números mecánicamente, primero con el dedo y después con la ayuda de un lápiz. Piensa que ganaría tiempo si el teléfono fuera de teclas en lugar de disco. Decide que mañana llamará a la compañía para cambiarlo. Cuando lo tenga instalado comenzará de nuevo. Será más fácil, y no cree que tarden mucho. Cambia de canal y se traga el tercer capítulo de una serie australiana. Un cura tiene problemas de conciencia después de haber pecado con la chica más joven de un pueblo del desierto. Félix tiene ganas de salir, pero le da pereza. Sabe que si se lo piensa demasiado terminará hundido en la butaca hasta la hora de dormirse. Se levanta enérgicamente, como para sacudirse la telaraña invisible que le espesa la sangre cuando está en casa. Coge el sombrero. Se pone el abrigo. Cierra de golpe la puerta. Llama el ascensor y, mientras espera, juega con las llaves. Suena un teléfono. Tarda unos segundos en descubrir que es el suyo. No está acostumbrado a oírlo. Abre la puerta. Corre, pero antes de descolgarlo se para. ¿Y si fuera una broma? ¿Y si alguien, desde una cabina recóndita en la otra punta del planeta, está esperando que coja el auricular para escupirle al oído? Duda. Sabe que de ser así abandonaría su proyecto y tendría que volver a la cotidiana depresión de aburrirse. Pese a esto, lo descuelga. Lentamente, como si quemara, se acerca al auricular. Una voz que no reconoce pregunta: —¿Félix Quixal? —Sí, diga. —Soy Carmen. ¿Te acuerdas de mí? Félix se afloja el nudo de la corbata. Suda. Se deja caer en la butaca y, con una sonrisa en los labios, miente: —Claro que me acuerdo.